sábado, 8 de marzo de 2014

Todas somos brujas



En 1486 se publica la obra de dos sacerdotes dominicos, Jacobo Sprenger y Enrique Institoris, intitulada Malleus maleficarum o El martillo de las brujas, el primer texto en la historia que funge como manual de criminología, práctica inquisitorial y penología. Con este texto, los jueces contarían con herramientas para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza. ¿Quiénes eran las brujas? Mujeres que servían al demonio, seres inferiores o, en lenguaje aristotélico, animales imperfectos.

El término fémina, explican los inquisidores, deriva de Fe y Minus; es decir, con menor fe. Las mujeres se caracterizaban por la infidelidad, la lujuria y la ambición; seres de lengua ligera y carácter insidioso, crédulas e impresionables, buenas y malas. En el grupo de las brujas encontramos a las lujuriosas, mentirosas y solteras, mujeres naturalmente más propensas a ceder ante el demonio. Y es por sus características intrínsecas de seres imperfectos, que son las principales víctimas de la hoguera y el calabozo.

Las concepciones sobre las mujeres y la obsesión de la humanidad por controlarlas y domesticarlas se remonta siglos atrás y es una constante en las sociedades patriarcales. Hesíodo definía a las mujeres como holgazanas y lujuriosas, y explicaba que el mal menor para un hombre residía en una esposa que le diera hijos, varones, por supuesto.

A finales del siglo XIX, los padres de la criminología, Cesare Lombroso y Guglielmo Ferrero, publicaron La mujer delincuente, la prostituta y la mujer normal. El título es tan evocativo que no necesita comentarios.

La ola criminalizadora y misógina de la Santa Inquisición es hoy un capítulo de la historia que nos sirve de memoria, y que en apariencia pertenece al pasado. Asimismo, las teorías biologistas de Lombroso han sido suplantadas por nuevos paradigmas.

Las mujeres hemos alcanzado la igualdad y la libertad de elegir destino. El mundo no se divide más en mujeres buenas y malas, castas y pecadoras, madres y esposas abnegadas o insidiosas lujuriosas. Somos profesionales, artistas, intelectuales, amas de casa, estudiantes, solteras, homosexuales. ¡Somos libres!

Sin embargo, cuando miramos atrás de rejas y alambrados de púas, cabe preguntarnos si realmente es así. ¿Quiénes son hoy las brujas? ¿Cuáles mujeres ameritan, a los ojos de la sociedad y la justicia, la simbólica hoguera de la cárcel, el castigo de la prisión? ¿Quiénes son las malas, las transgresoras? ¿A quién consideramos justo aislar, encerrar y excluir?

Si volteamos hacia las mujeres en prisión, la línea de la historia se hace más corta, las creencias vuelven a flote, las diferencias entre el ayer y el hoy se difuminan, y encontramos nuevamente estereotipos.

En México hay alrededor de 11 mil mujeres privadas de la libertad, poco menos de 5 por ciento de la población penitenciaria total; 90 por ciento son madres y más de 50 por ciento han sufrido episodios de violencia, incluyendo de tipo sexual. A lo largo de sus vidas han experimentado exclusión social, que se concreta en bajos niveles educativos, pobreza y relaciones familiares violentas. Algunas han sido inducidas a cometer el delito por la pareja o han sido acusadas de actuar en complicidad con el hombre amado. La mayoría de las mujeres en prisión son procesadas por delitos menores y no violentos. Otras por involucrarse en el tráfico de drogas como mulas o vendedoras al menudeo. Las mujeres normalmente cometen delitos violentos una vez en la vida. Muchas son olvidadas en reclusión.

Poco volteamos a verlas e ignoramos su realidad, la tenue, compleja y violenta realidad, que marca la vida de seres invisibles, brujas sin fama, ni nombre, ni registro. Ser mujer, su mayor ofensa.

Los nuevos bastiones agitan íncubos que deben silenciarse. La legislación nacional e internacional, así como el Protocolo para Juzgar con Perspectiva de Género de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, permiten a los juzgadores dar nuevas alas a la mujer en prisión.

¡Hoy, hay brujas que pueden volar por el difícil cielo de la libertad!

Por Lilia Mónica López Benítez
Magistrada del séptimo tribunal colegiado en materia penal del primer circuito
Con información de : La Jornada 

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